Sé enérgico y generoso con los elogios, pero sobre todo que sean sinceros.
El deseo de sentirse o creerse importante
¿Le gusta que lo alienten?, ¿que le digan que hace las cosas bien o que es apuesto? Lo más probable es que diga que si, pero solamente si la persona que se lo dice es sincero en sus palabras, porque la labia barata es simplemente eso, barata y fácil de desenmascarar.
Así nos enseña Carnegie en el segundo capítulo de su libro Cómo ganar amigos e influenciar sobre los demás.
Pero, ¿por qué es este el caso? ¿Por qué al ser humano le gusta que lo elogien? Porque todo el mundo tiene el deseo de ser importante. Es una necesidad como comer y dormir. Una de las cosas que nos diferencia de los animales, comenta el autor. El deseo de sentirse importante empuja al hombre a hacer las cosas. A perseguir sus metas. Por eso los premios nos hacen sentir apreciados, porque se reconoce nuestro trabajo y sacrificio.
Carnegie menciona que Abraham Lincoln, presidente de los Estados Unidos durante la guerra civil estadounidense, una vez comenzó una carta con la siguiente cita: “A todo el mundo le gusta los elogios”. Mientras que William James, psicólogo y filósofo estadounidense, dijo que “el principio más profundo de la naturaleza humana es el anhelo de ser apreciado“.
El que pueda satisfacer ese anhelo, añade Carnegie, sostendrá a las personas en la palma de su mano.
Todo el mundo tiene un ego; unos más que otros, pero así es. A algunas personas les gusta presumir. Pero lo que hace sentir a las personas importantes es tan diverso como las personas mismas. Algunos se sienten importantes por ser criminales temidos, otros por ser doctores que salvan vidas, mientras que otros porque son famosos y adinerados.
“Si me dices de dónde sacas tu sentido de importancia, te diré lo que eres“, así lo razona Carnegie.
Según el autor, la una vez emperatriz reinante, Catalina II de Rusia, no solía abrir cartas que no fuesen dirigidas a “Su Majestad Imperial”. George Washington, primer presidente de los Estados Unidos quería que lo llamaran “Su señorío”.
Yo añado a Pablo Escobar, el jefe del Cartel de Medellín durante los ochentas y a quien le llamaban “El Patrón”. De él he escuchado que se creía el segundo hombre más importante después del Papa. No me consta, pero la idea es que todo el mundo se siente o se cree importante de una manera u otra.
El deseo por la atención nos puede llevar a la locura
Este capítulo me sorprendió al revelar que hay personas que se convierten en inválidos para ganarse la simpatía y atención de los demás para sentirse importantes. Yo le añadiría que hay personas que se victimizan para lograr lo mismo.
Carnegie menciona un peculiar ejemplo de este fenómeno. Según el capítulo, la primera dama de los Estado Unidos durante el cuatrienio de 1897 a 1901, Ida Mckinley, solía obligar a su esposo, el presidente William Mckinley, a pasar por alto importantes asuntos de estado para que pasará horas tras horas mimándola hasta que se durmiese. Y le formaba otros berrinches por su gran deseo de recibir atención. Ese deseo es innato en todos nosotros como nos dice el autor.
Dale nos brinda otro ejemplo de una joven e inteligente mujer. La chica, de alguna manera se metió en la cabeza que estaba vieja y nunca conseguiría el matrimonio. Así que decidió tirarse en la cama por diez años, sumida en una especie de depresión, durante los cuales su madre envejeciente se tuvo que hacer cargo de ella. La madre murió y poco después la muchacha se levantó y continuó viviendo.
Que cosas, ¿no? ¿Hacer todo eso por atención?
Adicionalmente, el autor añade que las autoridades pertinentes han encontrado que algunas personas entran en locura para poder encontrar el sentido de importancia que no pudieron conseguir en el mundo real. Carnegie menciona, y recordemos que el libro fue escrito en 1936, que hay más pacientes sufriendo de condiciones mentales en los Estados Unidos que ninguna otra condición. Incluye el dato de que uno de cada 20 residentes del estado de Nueva York que sean mayores de 15 años, serán internados en un manicomio por siete años. Estadística de ese tiempo.
¿Cuál es la causa de la locura?, se pregunta Carnegie.
Admite que la respuesta a esa pregunta es difícil de contestar, pero menciona que la sífilis rompe y destruye las células cerebrales y provoca la locura. También declara que la mitad de todas las condiciones mentales son debidas a causas físicas como lesiones cerebrales, el consumo del alcohol, exponerse a toxinas y otras lesiones. Pero la otra mitad no se debe a tener ningún tipo de problema orgánico con las células cerebrales. Los especialistas lo han analizado en examinaciones post mortem y encontraron que aparentemente los tejidos cerebrales de algunas personas enloquecidas estaban saludables igual al de las personas sin problemas mentales.
Carnegie nos cuenta que una vez le hizo esa misma pregunta a un doctor a cargo de uno de los hospitales más importantes para pacientes de salud mental. El doctor le dijo que, como mencionamos antes, algunas personas que enloquecen, encuentran en la locura un sentido de importancia que no pudieron alcanzar en el mundo de la realidad.
Da un ejemplo de una mujer que quería amor, gratificación sexual, hijos y prestigio social; pero la vida se encargo de destruir sus esperanzas. Su marido no la amaba, se negaba a cenar con ella y la obligaba a que le llevara la comida a su habitación. Tampoco tuvo hijos ni una buena posición social. En su imaginación se divorció de su esposo y retomó su nombre de soltera y creó la fantasía de que se casó y entró a la aristocracia inglesa. También insistía en que la llamaran Lady Smith, que para nosotros los hispanos lo entenderíamos algo así como Doña Smith, un título de respeto y admiración.
En la locura encontró todo lo que quería que el mundo real le negó.
El doctor le confesó a Carnegie que si pudiese curarla no lo haría porque la chica estaba mucho más feliz en su locura.
La humildad y la honestidad son la ruta hacia el éxito
Dejando la locura atrás, Dale nos cuenta que en sus conversaciones con un hombre llamado Charles Schwab, el mismo le contó que la manera en que se convirtió en millonario fue a consecuencia de su habilidad de manejar bien a sus empleados. Precisamente, poseía la habilidad de despertar el entusiasmo en ellos mediante el aprecio y el aliento. Schwab menciona que no hay nada más que mata las ambiciones del hombre que las críticas de sus superiores. Él no creía en las críticas, pero sí creía en incetivizar a los demás a que trabajaran.
Solía decir “soy ansioso por dar elogios, pero aborrezco buscar faltas“; también decía “soy generoso con mis aplausos y abundante con mis elogios“.
La persona común, dice Dale, hace precisamente lo opuesto, es ligero para lanzar críticas cuando no le gusta algo y guarda silencio cuando sí le gusta algo.
Schwab añade que nunca conoció a un hombre, independientemente de su estrato, que no trabaje mejor bajo un espíritu de aprobación que bajo uno lleno de críticas. Así que hombres como Andrew Carnegie, sin parentesco al autor de este libro, solía elogiar a sus socios en público y en privado. Inclusive antes de morir escribió un epitafio que fue colocado en su lápida que leía: ” Aquí descansa uno que sabía como tratar a los hombres que eran más listos que él“.
Parece que una de las claves de las personas exitosas yace en su humildad. Por ejemplo, Dale menciona que cuando Edward T. Bedford le perdió una millonada a la empresa de John D. Rockefeller, en vez de John criticar a Edward, encontró algo que elogiar. Así que felicitó a Edward por haber ahorrado el 60% del dinero que había invertido en el mal negocio.
Otro ejemplo que ofrece Carnegie, es el de Florenz Ziegfeld Jr., empresario de Broadway. Este conocía el valor del aprecio y la confianza y hacía que las mujeres que trabajaban en los espectáculos de Broadway se sintiesen bellas. Siendo práctico, le subía el salario a las muchachas del coro de $30 semanales hasta $175 y siendo caballeroso le enviaba telegramas al elenco de las Ziegfeld Follies y le enviaba rosas “American Beauty” a todas las coristas.
Estrategias
Elogios sinceros, regalos, aliento y aprobación son algunas de las estrategias que estos hombres utilizaban para motivar y nutrir el estado de ánimo de su personal.
Adicionalmente, Dale distingue que una cosa es elogiar sinceramente a los demás y otra es la zalamería o la labia barata. Esta no funciona y no debería funcionar porque es superficial, egoísta e insincera, enfatiza.
Lo falso no dura y no progresa. El aprecio viene del corazón, mientras que la zalamería viene de la lengua para afuera y a nadie le gusta eso. Así que Carnegie nos aconseja en que nos enfoquemos en las buenas características de los demás en vez de proferirles mentiras. Para ganarse a los demás, la honestidad tiene que estar por encima de todo.
Carnegie nos deja esta hermosa cita del filosofo y escritor, Ralph Waldo Emerson: “Cada hombre de alguna manera es mi superior. Así que aprendo de él“.
Finalmente, Dale nos aconseja que dejemos de pensar tanto en nuestros propios logros y deseos. En vez, deberíamos enfocarnos en los demás. Ese es el gran secreto para el manejo de las personas.